HISTORIAS

Sobre mi

 

 





Hola, soy Fernando Ramírez (Ferez). Soy licenciado en la carrera de Ciencias de la Comunicación, aficionado a la fotografía, he sido locutor de radio por internet y guionista para varios proyectos. Desde hace más de una década escribo novelas y relatos. Te invito a leer algunos de ellos aquí en el blog. ¡Espero te agraden! 

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¿Y las demás historias?

No entres en pánico. Tus historias favoritas están siendo corregidas y actualizadas. Pero no te preocupes, estoy tratando de ser lo mas rápido posible para que puedas disfrutar de ellas en breve.

Es por esa razón que he estado subiendo nuevas historias, quitando otras para corregir, subiendo relatos e innovando portadas de las historias.

Te invito a leer lo nuevo que se esta subiendo y compartir o comentar las entradas.

EXILIO || CAPITULO 2




Capítulo 2

 

Ha sido una muerte rápida, o al menos eso es lo que el doctor Quinteros nos ha dicho cuando vino a darnos el pésame. Como si saberlo nos diera algún consuelo. Tal parece que todos los doctores creen que de alguna forma eso nos aliviara el dolor, si no, siempre te recetarán paracetamol.

¡Detesto al doctor Quinteros!

Mi madre por fin ha roto en llantos cuando nos dirigimos hacia la capilla del hospital donde trajeron a mi padre. Aún no podemos ver su cuerpo, pero yo en verdad no deseo hacerlo ¿Cómo se supone que podré ver su cuerpo sin vida? Según el informe, papá quedó atrapado en el auto cuando este se dirigía directamente a estrellarse contra un muro, al parecer se quedó sin frenos... Debe de ser una jodida broma, mi padre siempre mantuvo en perfectas condiciones lo que, según mi madre, amaba más en este mundo, su auto.

En la capilla, mi madre desborda mares de lágrimas. Lágrimas que había contenido durante mi ducha. Me parte el alma verla así. En este momento, me hubiera gustado recibir un mar de castigos y regaños que uno de lágrimas y dolor.

Tardamos unos minutos en rezar por el alma de mi padre, a mí me parecen siglos. Aún no me hago a la idea de que me he quedado solo, es decir, no solo por completo, sino solo a medias, sin él. ¿Ahora que se supone que debo de hacer? ¿Llorar como mi madre por él? ¿Eso le habría gustado a papá?

Odio esto, odio no saber cómo reaccionar ante algo así. Odio los cambios bruscos.

Hace menos de veinticuatro horas lo tenía a mi lado, veía la luz en su mirada, la alegría que desbordaba y la responsabilidad que intentaba cada día inculcarme... Ahora ya no hay nada de eso. Al menos ya no la abra a partir de hoy.

—Algún día deberás de madurar Hugin, hacerte responsable, ser un hombre de verdad —Me dijo mi padre esta mañana cuando me encontró en mi habitación jugando Call of Duty — Ya es hora de que busques un empleo, deja ya esos juegos, la vida real te espera del otro lado de la acera.

—Claro papá, lo haré —Recuerdo haberle contestado sin ni siquiera quitar la mirada de la pantalla. Simplemente di por hecho que lo volvería a ver en la cena.

—Al menos baña a Rico, el pobre lleva meses sin tocar el agua.

—Claro papá, lo haré

Desearía en este momento haberle dicho cuanto lo quería, en lugar de un "Claro papá, lo haré"

Odio los hospitales, odio al doctor Quinteros y me odio a mí mismo por no dejar un estúpido juego, por no darle un último abrazo a mi padre, de haber sabido que aquella mañana iba a ser la última.

Mi madre no deja de llorar y lo único que se me ocurre es acompañarla a orar por el alma de mi padre, en la capilla del hospital. Supongo que la gente consigue el consuelo cuando reza. Espero que eso ayude a mi madre, y de cierta forma me ayude a mí, ya que en este momento mi relación con el señor todo poderoso no es la mejor.

La capilla es apenas lo suficientemente grande para que entren alrededor de quince personas, no es lujosa, pero está llena de luz, en medio está un Cristo crucificado. Él mira al cielo, y yo miro al suelo. No hay nadie más aquí cuando entramos, solo mi madre y yo. Mi madre saca el rosario que lleva colgando desde siempre, ella es la primera que comienza a rezar, yo le sigo. Aunque nunca he sido el tipo de persona que reza cada noche o se encomienda a Dios, lo hago. Tal vez a mi padre le hubiera gustado. Ser religioso no es lo mío. Me pregunto, ¿Qué sintió mi padre cuando murió el abuelo? ¿Se habrá sentido igual que yo? ¿Sin rumbo?

Sin rumbo. Así es como me siento. Se supone que los padres son el ejemplo a seguir, pero cuando los pierdes de vista, cuando ya no están, ¿Qué rumbo se debe tomar?

Mi madre se pone de pie sin que lo advierta, se seca las lágrimas y se persigna. Creo que ha encontrado el consuelo que buscaba. A diferencia de ella, yo aún no lo encuentro.

—Vamos Hugo, es hora de hacer los preparativos. Debemos de hacer unas cuantas llamadas. Será una noche larga

Me pongo de pie y coloco mi mano en el hombro de mi madre, detrás de nosotros hay un hombre, lleva una barba moderada y lentes oscuros, usa una sudadera gris con azul, su cabello está alborotado con algunas canas notables. No parece tener más de cuarenta y tantos o incluso puede que menos. No sé a qué hora llegó, y eso me intimida, pues sugiere que en este momento mi mente no está en la realidad, está en otro lado, donde no se percata de lo que sucede a su alrededor. Supongo que estoy en un estado de shock, un estado de limbo.

En realidad, la noche no dura más de lo que es, realizamos un par de llamadas y así toda la familia recibe la noticia. En estos tiempos, difundir información, ya sea buena o mala, tiene un marco de inmediatez muy eficaz. ¿Morir será igual de rápido? Digo, no dudo que morir sea eficaz. Tengo pruebas de ello.

Mi madre se ha ido a dormir, yo no tengo sueño, aún pienso en las palabras del doctor Quinteros.

Ha sido una muerte rápida

Rápida

Observo la luna una vez que me recuesto en la cama. A mi padre le gustaba observar la luna. Le gustaba...

Al poco rato, sin darme cuenta, me quedo dormido.

A la mañana siguiente despierto envuelto en lágrimas. En algún momento de la noche lloré. Deje de ser fuerte y me deje llevar por mis sentimientos. Solo espero que mi madre no se haya dado cuenta.

Rico ladra desde el patio, es domingo y ya pasan de las diez. Eso significa solo una cosa. Desea salir a correr. A mi padre le gustaba salir a correr con mi perro, decía que de alguna manera tenía que estar activo. Nunca le pregunté si se refería a él o a mi mascota. ¿Rico se dará cuenta de lo que ha pasado? ¿Sabe que mi padre ya no está? ¿Qué no volverá?

Sus ladridos son desesperados, en cada uno de ellos hay súplicas, súplicas dirigidas a un fantasma. Un fantasma que siempre dijo que no le gustaban los animales pero que aun así, aprendió a querer a un viejo labrador. Un perro y un hombre. Ahora un jamás.

¡Jamás!

— ¡Basta! —Grito —Rico ¡Cállate! Él ya no está. No regresará, ¡Olvídate de salir a correr de una jodida vez!

Rico guarda silencio. Yo también lo hago. Necesito no pensar en mi padre, pero me es imposible. ¿Cómo puedes dejar de pensar en alguien, el día de su funeral?

Solo hay una forma, supongo. Siendo un hombre de verdad.

La familia se ha reunido. No somos muchos, pero estamos todos, como a siempre lo hemos estado. No sé si eso me agrada o me aterra. No me gusta la gente en general. Prefiero mis videojuegos, cómics, libros y me gusta manejar y no pensar en nada, es eso lo que quiero hacer. No quiero estar aquí. No quiero ver el cuerpo sin vida de quien me dio la vida. Vida, muerte. Muerte, vida.

Nuestros padres nos dan la vida para que aprendamos de la muerte cuando ellos dejen este mundo. ¿Será el plan divino? O ¿Un castigo?

Vida, muerte.

Un ataúd negro, está en medio de todos nosotros. Ahí está el cuerpo de mi padre. No está abierto como el del abuelo. Lo agradezco. Aún recuerdo el rostro pálido de mi abuelo cuando murió. No lo conocí mucho, yo no tenía edad para entender que ya no despertaría. Simplemente me hice la idea de que estaba durmiendo.

Papá no duerme... solo no ha llegado a un a cenar. Esa es la idea que deseo tener en la mente. Aún no llega a cenar...

La abuela no ha llorado en toda la misa. Le noto triste pero no destrozada. No creo que sea normal. ¿Cómo se supone que una madre debe de reaccionar ante la muerte de su hijo? Mis tíos le rodean, ahora solo son tres. El tío Aldo, Lucas y Félix. Los tres mayores que mi padre: Gonzalo o Gonz como todos le llamaban. Todos lloran menos yo y la abuela.

Al terminar la misa, todos nos abrazamos, tratamos de deshacer el nudo de nuestras gargantas para poder hablar, decirnos unas palabras en lo que mueven el ataúd hasta su destino final. Todos de negro, de luto. Parece una fiesta de disfraces donde todos usan el mismo disfraz. Uno de sombra.

—Lamento que Gonzalo ya no esté — me dice el tío Félix detrás de mí. No me he percatado de que se encontraba tan cerca — ¿Cómo lo llevas?

¿Qué cómo lo llevo? ¿Cómo se supone que debo de llevarlo?

— Mi padre no está muerto, solo no ha llegado a cenar. —Respondo casi tartamudeando.

El tío Félix me mira con tristeza, supongo que no me puede ver de diferente forma. Hoy lleva puesto el único traje negro que le conozco, usualmente viste más informal. Es alto como mi padre y algo robusto, a diferencia de mi padre no usa barba, tiene unas cejas pobladas y una mirada afligida. Sus ojos son marrones claros, pero no tanto como los de mi padre.

—Hugin... — Me dice y una sensación de rabia me abraza al momento. Nadie más que mi padre me dice así. Nadie más

—Hugo. —Le interrumpo — Ese es mi nombre tío. ―El tío Félix no necesita nada más para entender mi molestia.

—Hugo. No tienes que hacer esto. Nadie te juzgará si lloras.

—Mi padre lo hará. —Respondo sin mirarle al rostro —Los hombres de verdad no lloran.

—Tu padre, Hugo, mi hermano ya no está. Puedes llorar.

—No lo haré. No tengo motivos. Él aún no llega a cenar.

No sé lo que pasa conmigo en este momento, solo dejo que mi boca hable por mí, sin filtro. Sin pensar

—No Hugo, él no llegará a cenar nunca más.

—Lo hará ― De pronto me descubro levantando la voz ante toda la familia.

El tío Félix me pone su mano en el hombro, es un intento desesperado para que sienta que puedo confiar en él, y lo hago en verdad, pero esto, esto es mío. Es mi duelo. Es mi forma de llevarlo.

—Eres imposible. Igual que tu padre ―Dice casi como si bromeara, pero en el fondo sé que lo dice de verdad, desde su corazón.

—Lo sé.

Sonrió, mi tío hace lo mismo y me abraza fuerte. De alguna forma lo entiende, me entiende y yo le entiendo. Ambos amábamos, no, amamos a mi padre. Ambos sentimos dolor y ambos lo sobrellevamos a nuestro modo.

Cuando estamos todos reunidos para enterrar el ataúd, gobierna el silencio. Estoy frente a la gran caja de madera que poco a poco va descendiendo más de tres metros bajo tierra. Por un momento pienso en Drácula y los vampiros, no es porque me cause risa, simplemente mi mente relaciona lo que ve con algo que conoce y le reconforta. Me gustan las historias de vampiros y zombis y por un segundo creo que mi padre, quien aún no llega a cenar, se pondrá de pie e irá a reunirse con nosotros a la hora de siempre. Se sentará en la misma silla y nos contará anécdotas del trabajo... No es el momento para pensar en esas boberías. Debo de hacer algo real, tan real que quema y duele. Según la tradición de mi familia, el primogénito debe de arrojar la primera tanda de tierra.

Mis manos me tiemblan mientras todos me observan. Incluso la abuela que está ciega de verdad.

¿Podré hacerlo?

Claro que puedo, solo es un estúpido ataúd. Mi padre pronto regresará a cenar con nosotros.

Pronto.

Sé un hombre de verdad.

¿Esto es ser un hombre de verdad...?

Solo debo de hacerlo y lo sabré

Trago saliva y tomó todo el valor que me es posible recaudar desde el fondo de mis pantalones. Mis manos sudan y tratan de tomar la pala de la mejor manera, debo de hacerlo bien. Solo es tierra, nada simbólico para mí. Todo para mi familia.

Silencio y tierra.

La tierra cae y yo no me siento un hombre de verdad.

 

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