EXILIO || CAPITULO 2
Capítulo 2
Ha
sido una muerte rápida, o al menos eso es lo que el doctor Quinteros nos ha
dicho cuando vino a darnos el pésame. Como si saberlo nos diera algún consuelo.
Tal parece que todos los doctores creen que de alguna forma eso nos aliviara el
dolor, si no, siempre te recetarán paracetamol.
¡Detesto
al doctor Quinteros!
Mi
madre por fin ha roto en llantos cuando nos dirigimos hacia la capilla del
hospital donde trajeron a mi padre. Aún no podemos ver su cuerpo, pero yo en
verdad no deseo hacerlo ¿Cómo se supone que podré ver su cuerpo sin vida? Según
el informe, papá quedó atrapado en el auto cuando este se dirigía directamente
a estrellarse contra un muro, al parecer se quedó sin frenos... Debe de ser una
jodida broma, mi padre siempre mantuvo en perfectas condiciones lo que, según
mi madre, amaba más en este mundo, su auto.
En
la capilla, mi madre desborda mares de lágrimas. Lágrimas que había contenido
durante mi ducha. Me parte el alma verla así. En este momento, me hubiera
gustado recibir un mar de castigos y regaños que uno de lágrimas y dolor.
Tardamos
unos minutos en rezar por el alma de mi padre, a mí me parecen siglos. Aún no
me hago a la idea de que me he quedado solo, es decir, no solo por completo,
sino solo a medias, sin él. ¿Ahora que se supone que debo de hacer? ¿Llorar
como mi madre por él? ¿Eso le habría gustado a papá?
Odio
esto, odio no saber cómo reaccionar ante algo así. Odio los cambios bruscos.
Hace
menos de veinticuatro horas lo tenía a mi lado, veía la luz en su mirada, la
alegría que desbordaba y la responsabilidad que intentaba cada día
inculcarme... Ahora ya no hay nada de eso. Al menos ya no la abra a partir de
hoy.
—Algún
día deberás de madurar Hugin, hacerte responsable, ser un hombre de verdad —Me
dijo mi padre esta mañana cuando me encontró en mi habitación jugando Call of
Duty — Ya es hora de que busques un empleo, deja ya esos juegos, la vida real
te espera del otro lado de la acera.
—Claro
papá, lo haré —Recuerdo haberle contestado sin ni siquiera quitar la mirada de
la pantalla. Simplemente di por hecho que lo volvería a ver en la cena.
—Al
menos baña a Rico, el pobre lleva meses sin tocar el agua.
—Claro
papá, lo haré
Desearía
en este momento haberle dicho cuanto lo quería, en lugar de un "Claro
papá, lo haré"
Odio
los hospitales, odio al doctor Quinteros y me odio a mí mismo por no dejar un
estúpido juego, por no darle un último abrazo a mi padre, de haber sabido que
aquella mañana iba a ser la última.
Mi
madre no deja de llorar y lo único que se me ocurre es acompañarla a orar por
el alma de mi padre, en la capilla del hospital. Supongo que la gente consigue
el consuelo cuando reza. Espero que eso ayude a mi madre, y de cierta forma me
ayude a mí, ya que en este momento mi relación con el señor todo poderoso no es
la mejor.
La
capilla es apenas lo suficientemente grande para que entren alrededor de quince
personas, no es lujosa, pero está llena de luz, en medio está un Cristo
crucificado. Él mira al cielo, y yo miro al suelo. No hay nadie más aquí cuando
entramos, solo mi madre y yo. Mi madre saca el rosario que lleva colgando desde
siempre, ella es la primera que comienza a rezar, yo le sigo. Aunque nunca he
sido el tipo de persona que reza cada noche o se encomienda a Dios, lo hago.
Tal vez a mi padre le hubiera gustado. Ser religioso no es lo mío. Me pregunto,
¿Qué sintió mi padre cuando murió el abuelo? ¿Se habrá sentido igual que yo?
¿Sin rumbo?
Sin
rumbo. Así es como me siento. Se supone que los padres son el ejemplo a seguir,
pero cuando los pierdes de vista, cuando ya no están, ¿Qué rumbo se debe tomar?
Mi
madre se pone de pie sin que lo advierta, se seca las lágrimas y se persigna.
Creo que ha encontrado el consuelo que buscaba. A diferencia de ella, yo aún no
lo encuentro.
—Vamos
Hugo, es hora de hacer los preparativos. Debemos de hacer unas cuantas
llamadas. Será una noche larga
Me
pongo de pie y coloco mi mano en el hombro de mi madre, detrás de nosotros hay
un hombre, lleva una barba moderada y lentes oscuros, usa una sudadera gris con
azul, su cabello está alborotado con algunas canas notables. No parece tener
más de cuarenta y tantos o incluso puede que menos. No sé a qué hora llegó, y
eso me intimida, pues sugiere que en este momento mi mente no está en la
realidad, está en otro lado, donde no se percata de lo que sucede a su
alrededor. Supongo que estoy en un estado de shock, un estado de limbo.
En
realidad, la noche no dura más de lo que es, realizamos un par de llamadas y
así toda la familia recibe la noticia. En estos tiempos, difundir información,
ya sea buena o mala, tiene un marco de inmediatez muy eficaz. ¿Morir será igual
de rápido? Digo, no dudo que morir sea eficaz. Tengo pruebas de ello.
Mi
madre se ha ido a dormir, yo no tengo sueño, aún pienso en las palabras del
doctor Quinteros.
Ha
sido una muerte rápida
Rápida
Observo
la luna una vez que me recuesto en la cama. A mi padre le gustaba observar la
luna. Le gustaba...
Al
poco rato, sin darme cuenta, me quedo dormido.
A
la mañana siguiente despierto envuelto en lágrimas. En algún momento de la
noche lloré. Deje de ser fuerte y me deje llevar por mis sentimientos. Solo
espero que mi madre no se haya dado cuenta.
Rico
ladra desde el patio, es domingo y ya pasan de las diez. Eso significa solo una
cosa. Desea salir a correr. A mi padre le gustaba salir a correr con mi perro,
decía que de alguna manera tenía que estar activo. Nunca le pregunté si se
refería a él o a mi mascota. ¿Rico se dará cuenta de lo que ha pasado? ¿Sabe
que mi padre ya no está? ¿Qué no volverá?
Sus
ladridos son desesperados, en cada uno de ellos hay súplicas, súplicas
dirigidas a un fantasma. Un fantasma que siempre dijo que no le gustaban los
animales pero que aun así, aprendió a querer a un viejo labrador. Un perro y un
hombre. Ahora un jamás.
¡Jamás!
—
¡Basta! —Grito —Rico ¡Cállate! Él ya no está. No regresará, ¡Olvídate de salir
a correr de una jodida vez!
Rico
guarda silencio. Yo también lo hago. Necesito no pensar en mi padre, pero me es
imposible. ¿Cómo puedes dejar de pensar en alguien, el día de su funeral?
Solo
hay una forma, supongo. Siendo un hombre de verdad.
La
familia se ha reunido. No somos muchos, pero estamos todos, como a siempre lo
hemos estado. No sé si eso me agrada o me aterra. No me gusta la gente en
general. Prefiero mis videojuegos, cómics, libros y me gusta manejar y no
pensar en nada, es eso lo que quiero hacer. No quiero estar aquí. No quiero ver
el cuerpo sin vida de quien me dio la vida. Vida, muerte. Muerte, vida.
Nuestros
padres nos dan la vida para que aprendamos de la muerte cuando ellos dejen este
mundo. ¿Será el plan divino? O ¿Un castigo?
Vida,
muerte.
Un
ataúd negro, está en medio de todos nosotros. Ahí está el cuerpo de mi padre.
No está abierto como el del abuelo. Lo agradezco. Aún recuerdo el rostro pálido
de mi abuelo cuando murió. No lo conocí mucho, yo no tenía edad para entender
que ya no despertaría. Simplemente me hice la idea de que estaba durmiendo.
Papá
no duerme... solo no ha llegado a un a cenar. Esa es la idea que deseo tener en
la mente. Aún no llega a cenar...
La
abuela no ha llorado en toda la misa. Le noto triste pero no destrozada. No
creo que sea normal. ¿Cómo se supone que una madre debe de reaccionar ante la
muerte de su hijo? Mis tíos le rodean, ahora solo son tres. El tío Aldo, Lucas
y Félix. Los tres mayores que mi padre: Gonzalo o Gonz como todos le llamaban.
Todos lloran menos yo y la abuela.
Al
terminar la misa, todos nos abrazamos, tratamos de deshacer el nudo de nuestras
gargantas para poder hablar, decirnos unas palabras en lo que mueven el ataúd
hasta su destino final. Todos de negro, de luto. Parece una fiesta de disfraces
donde todos usan el mismo disfraz. Uno de sombra.
—Lamento
que Gonzalo ya no esté — me dice el tío Félix detrás de mí. No me he percatado
de que se encontraba tan cerca — ¿Cómo lo llevas?
¿Qué
cómo lo llevo? ¿Cómo se supone que debo de llevarlo?
—
Mi padre no está muerto, solo no ha llegado a cenar. —Respondo casi
tartamudeando.
El
tío Félix me mira con tristeza, supongo que no me puede ver de diferente forma.
Hoy lleva puesto el único traje negro que le conozco, usualmente viste más
informal. Es alto como mi padre y algo robusto, a diferencia de mi padre no usa
barba, tiene unas cejas pobladas y una mirada afligida. Sus ojos son marrones
claros, pero no tanto como los de mi padre.
—Hugin...
— Me dice y una sensación de rabia me abraza al momento. Nadie más que mi padre
me dice así. Nadie más
—Hugo.
—Le interrumpo — Ese es mi nombre tío. ―El tío Félix no necesita nada más para
entender mi molestia.
—Hugo.
No tienes que hacer esto. Nadie te juzgará si lloras.
—Mi
padre lo hará. —Respondo sin mirarle al rostro —Los hombres de verdad no
lloran.
—Tu
padre, Hugo, mi hermano ya no está. Puedes llorar.
—No
lo haré. No tengo motivos. Él aún no llega a cenar.
No
sé lo que pasa conmigo en este momento, solo dejo que mi boca hable por mí, sin
filtro. Sin pensar
—No
Hugo, él no llegará a cenar nunca más.
—Lo
hará ― De pronto me descubro levantando la voz ante toda la familia.
El
tío Félix me pone su mano en el hombro, es un intento desesperado para que
sienta que puedo confiar en él, y lo hago en verdad, pero esto, esto es mío. Es
mi duelo. Es mi forma de llevarlo.
—Eres
imposible. Igual que tu padre ―Dice casi como si bromeara, pero en el fondo sé
que lo dice de verdad, desde su corazón.
—Lo
sé.
Sonrió,
mi tío hace lo mismo y me abraza fuerte. De alguna forma lo entiende, me
entiende y yo le entiendo. Ambos amábamos, no, amamos a mi padre. Ambos
sentimos dolor y ambos lo sobrellevamos a nuestro modo.
Cuando
estamos todos reunidos para enterrar el ataúd, gobierna el silencio. Estoy
frente a la gran caja de madera que poco a poco va descendiendo más de tres metros
bajo tierra. Por un momento pienso en Drácula y los vampiros, no es porque me
cause risa, simplemente mi mente relaciona lo que ve con algo que conoce y le
reconforta. Me gustan las historias de vampiros y zombis y por un segundo creo
que mi padre, quien aún no llega a cenar, se pondrá de pie e irá a reunirse con
nosotros a la hora de siempre. Se sentará en la misma silla y nos contará
anécdotas del trabajo... No es el momento para pensar en esas boberías. Debo de
hacer algo real, tan real que quema y duele. Según la tradición de mi familia,
el primogénito debe de arrojar la primera tanda de tierra.
Mis
manos me tiemblan mientras todos me observan. Incluso la abuela que está ciega
de verdad.
¿Podré
hacerlo?
Claro
que puedo, solo es un estúpido ataúd. Mi padre pronto regresará a cenar con
nosotros.
Pronto.
Sé
un hombre de verdad.
¿Esto
es ser un hombre de verdad...?
Solo
debo de hacerlo y lo sabré
Trago
saliva y tomó todo el valor que me es posible recaudar desde el fondo de mis
pantalones. Mis manos sudan y tratan de tomar la pala de la mejor manera, debo
de hacerlo bien. Solo es tierra, nada simbólico para mí. Todo para mi familia.
Silencio
y tierra.
La
tierra cae y yo no me siento un hombre de verdad.
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