HISTORIAS

Sobre mi

 

 





Hola, soy Fernando Ramírez (Ferez). Soy licenciado en la carrera de Ciencias de la Comunicación, aficionado a la fotografía, he sido locutor de radio por internet y guionista para varios proyectos. Desde hace más de una década escribo novelas y relatos. Te invito a leer algunos de ellos aquí en el blog. ¡Espero te agraden! 

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¿Y las demás historias?

No entres en pánico. Tus historias favoritas están siendo corregidas y actualizadas. Pero no te preocupes, estoy tratando de ser lo mas rápido posible para que puedas disfrutar de ellas en breve.

Es por esa razón que he estado subiendo nuevas historias, quitando otras para corregir, subiendo relatos e innovando portadas de las historias.

Te invito a leer lo nuevo que se esta subiendo y compartir o comentar las entradas.

Bandera Roja | Relato Corto



En la oscuridad

El primer golpe vino de la derecha del camión. Apenas fui capaz de advertir que algo estaba sucediendo, cuando el autobús se detuvo como normalmente lo haría ante una parada, pero a diferencia de cualquiera, aquella parada marcó el inicio de una cuenta regresiva.
La mujer subió con rapidez gritando algo que no pude comprender con los audífonos puestos. Su rostro, pálido con una expresión de terror en este, fue la llamada de alerta a mis instintos de supervivencia, momentos antes del golpe por el costado. El atentado volcó el gran automóvil metálico haciéndolo girar dos veces antes de caer en el asfalto de pie. Dentro, nosotros los pasajeros intentábamos comprender lo sucedido, aturdidos por los giros imprevistos, intentamos algunos pocos, los que aún nos manteníamos consientes en el lugar, ponernos de pie mientras un crujido en la oscuridad de la noche amenazaba nuestras vidas.
Con los nervios de punta, me aventuré a observar mí al rededor buscando a la mujer que había subido con desesperación. Ella, vestida con unos jeans blancos, ahora manchados por la sangre que escurría desde su vientre perforado por uno de los tubos del camión, que, seguramente debió zafarse de su lugar para ir a incrustarse en el torso de la pobre mujer, quien no corrió con la mejor suerte, debido a que, varios pedazos de vidrios rotos quedaron incrustados en el cuello, el más grande se insertó como si alguien lo hubiera empujado hacia la clavícula. Los ojos de la mujer permanecían con un terror helado mirando hacia abajo, como si quisiera encontrarle algún significado a su blusa roja con figuras geométricas que me pareció una mezcla tétrica en aquel momento al contemplar el cadáver de la última pasajera.
El conductor quedó atrapado en el parabrisas y algunos otros pasajeros quedaron desmayados, fuera del autobús heridos o atorados en los asientos de formas poco ortodoxas. Para mí fortuna, si debo de decirlo de esa forma, quedé atrapado entre los asientos con un pedazo de vidrio incrustado en el brazo, por suerte en ningún punto vital. Logré ponerme de pie, y de inmediato sentí colarse el frío nocturno por los huecos de las ventanas rotas. Miré mí herida y decidí sacar el vidrio, de unos diez centímetros, de mí piel, con un tiro rápido y limpio.
—Amigo, ¿qué demonios ha sido eso? —Oí decir a otro pasajero dos asientos atrás de mí, este, un chico de mí edad con camisa negra a rallas amarillas muy finas que apenas son perceptibles a primera vista, con gafas de pasta y gorra roja con el rayo característico de Flash, el súper héroe de DC, mientras intentaba ponerse de pie, pero su brazo había quedado atorado entre dos asientos— Mierda, estoy atrapado —Se quejó —¿Me hechas una mano?
Lo miré por un segundo y pensé que debía dejarlo ahí, bajar del camión y buscar la causa del estruendo. Mi curiosidad era mayor al temor de lo sucedido. Seguramente, otro automovilista había chocado con nosotros y necesitaba ayuda. Después de todo era lo más razonable que mi mente podía pensar en ese momento. Hasta que lo vi.
Dentro de la penumbra de la noche, ayudado con la escasa luz de los faroles de la avenida, se encontraba una figura oculta en las sombras. Sus ojos estaban ahí afuera del camión, mirándome. Dos puntos rojos se concentraron en mí y un bramido salió de la criatura, incitándome a permanecer quieto en aquel lugar. Lo observé sin decir nada, ni siquiera me atreví a exhalar el aire que había estado conteniendo en los pulmones. A unos quince metros estaba lo que me pareció un toro o alguna criatura enorme, metálica o plateada, con una cola, terminando con un aguijón peludo. Seguramente un ente letal para cualquiera. Tragué saliva y solté el aire con delicadeza.
—¡Pero que carajos! — Soltó el chico de la gorra de Flash cuando volteó su mirada hacia donde yo mantenía la vista. —¡Tu chaqueta! — Gimió —¿Es un perro gigante del infierno o un toro enorme? — Preguntó antes de seguir hablando —y tu chaqueta es... — Titubeó —Ay, eso que llevan los toreros, bandera roja, eso busca ¿Cierto?
—¡No soy un torero y los toros no siguen el color rojo, solo el movimiento! — Repliqué — Además, de ser cierta tu teoría, tu gorra es roja igual ¿qué te dice que no te quiere a ti? —Me quejé sin moverme
El chico se me quedó mirando por un segundo como si analizara mis palabras.
—Cierto, ambas son rojas — Atinó a decir mientras intentaba sacar su brazo de los dos asientos que lo mantenían en cautiverio —¿Me hechas una mano? —Me pidió de nuevo.
—¿Y si nos ataca? — Pregunté con cierto pánico en la voz y en la boca del estómago.
—Pues si lo hace, será mejor que no esté en esta posición para entonces. No quiero que el golpe me rompa el brazo.
Miré la escena por un segundo, lo correcto era ayudar al chico, más sin en cambio mí cuerpo apenas reaccionó. Con dificultad logré dar tres pasos hasta los asientos dónde estaba el chico, durante todo ese tiempo mí mirada no dejo de reparar en la criatura que se hallaba en la oscuridad de la noche observando con atención cada movimiento que hacía, podía sentir como, tras aquella mirada atenta aguardaba una sed de sangre. El peligro latente era palpable. Con cuidado tratando de no hacer ningún movimiento tosco, tomé uno de los asientos que mantenían atrapado al chico, jalé de este hacia mí pecho, pero el esfuerzo fue inútil, no logré generar el espacio necesario para lograr sacar al chico Flash de su prisión.
—¡Mierda! —Se quejó junto con un bramido proveniente de la criatura que nos observaba desde la oscuridad de las sombras — ¡No hagas movimientos bruscos! —Me aconsejó el chico. Como si lo hubiera hecho a propósito...
—Necesito un punto de apoyo y algo para hacer palanca — expliqué con rapidez, mientras apretaba con la palma de la mano mí brazo herido, el esfuerzo hizo brotar un poco más de sangre de la herida, no sin antes provocarme un dolor punzante en esta.
El silencio de la noche me erizó la piel, apenas era capaz de captar algo más que aquellos bramidos feroces y los latidos acelerados de mí corazón.
—Toma ese, el torcido que está por la mujer empalada.
Mire hacia la mujer, la última pasajera permanecía serena, no me sorprendió, ella ya no tenía nada que perder... a sus pies a unos cincuenta centímetros hacia el asiento del conductor, la palanca de cambios se había roto, por la curvatura de esta deduje que con un poco de suerte podía terminar de romperla para usarla como palanca. El problema era que debía de cruzar todo el camión con aquella cosa afuera mirándonos.
Tragué saliva, pensando en que estaba loco y tal vez si lo estaba, todo esto era tan irreal... pero el miedo era tan vivido que negó aquel pensamiento, en el que, todo lo que estaba pasando era producto de mí imaginación. Respire hondo al fin, para cruzar el camión por la palanca de cambios.
Di los primeros pasos sin dejar de mantener la vista en la criatura, para aquel entonces ya no me parecía un toro, sino un lobo enorme sentado en sus patas traseras, como Junior, mi perro, cuando le ordeno sentarse. Diablos ¿cómo había sucedido todo esto? Todo el día había sido de lo más normal, había ido al colegio, besado a mí novia por largo ratos entre clases, bromeado un poco con mi mejor amigo Ari, luego habíamos ido a su casa a jugar videojuegos hasta tarde.
Nada me parecía tener sentido. Tan solo un par de horas atrás, la sola idea de una criatura enorme como la que aguarda en la oscuridad, era una locura.
Por un segundo una pregunta tonta me vino a la mente... ¿Si le aviento un palo muy lejos, iría por este y nos dejaría en paz? No quise aventurarme a averiguar aquello.
Llegué a lado de la última pasajera y una pequeña corriente eléctrica recorrió todo mí cuerpo haciéndome retroceder con escalofríos dos pasos atrás en mí andar. La miré tratando de ver cualquier detalle sobresaliente, la mujer no poseía nada más que un anillo de plata en el dedo índice con un grabado que me pareció ser el ciclo lunar. Entonces lo entendí. Esa criatura no me parecía un lobo, era uno de verdad. Mi mirada volvió al punto dónde lo había visto hace unos segundos, pero el Lobo ya no se hallaba ahí...
—¿Dónde está? —Le grité al chico. Este se encontraba observando su brazo atorado y mí pregunta le hizo sobre saltar en su lugar.
El aire me pareció congelarse un poco más de manera tan brusca, que temí orinar mis pantalones del miedo que me provocaba aquella sensación de inseguridad.
—Estaba ahí tan solo un segundo... — Logró articular el chico, quién por el tono de voz, casi cortado que empleó, me pareció estar en el mismo nivel de incertidumbre que el mío.
Miré a mí al rededor buscando aquellos ojos rojos brillantes para averiguar en qué dirección huir, pero el segundo golpe no se hizo esperar, está vez por el costado izquierdo haciendo girar al camión con brusquedad. De alguna manera logré tomar el tubo que empalaba a la mujer, para evitar salir volando por el interior del vehículo. Cuando este se detuvo caí por las escaleras de la puerta, golpeándome toda la espalda en el acto.
—¡Mierda, creo que mojé mis pantalones! — Escuché al chico Flash quejarse.
Cuando abrí los ojos la mujer me miraba directamente a la cara, el estruendo había logrado romper el tubo por completo haciéndolo caer encima de los asientos delanteros del camión. Ahora la última pasajera se mantenía retorcida y colgando de los asientos con la mirada vacía puesta en mí. Di un salto del susto y decidí abrir las puertas del camión por mí cuenta, pero no logré hacerlo, la única forma de abrirlas era apretando el botón verde que se encontraba al costado izquierdo del conductor, en la consola. Justo al otro extremo de dónde me encontraba.
Me puse de pie y con miedo subí las escaleras, me alejé del cadáver de la mujer lo más pronto que pude. Me dejé caer en el asiento del conductor y busqué a tientas el botón. Cuando lo divisé en la consola, lo acaricié un momento antes de decidir apretarlo. Una voz en mí cabeza me detuvo. Si abría las puertas, el Lobo entraría con facilidad. Hasta ahora la razón por la que seguía vivo era por pura suerte. Los vidrios de las ventanas estaban rotos si, lo suficientemente para que varios pasajeros fueran lanzados de sus asientos durante el primer golpe y el siguiente, ahora esos pedazos de vidrio que aún se encontraban en las ventanas y en el parabrisas me mantenían a salvo.
Entonces lo comprendí. No podíamos salir, pero tampoco permanecer ahí. Apenas habíamos podido sobrevivir a las embestidas de aquel animal. Lo único que quedaba era tratar de sobrevivir.
Tomé la palanca de cambios y la doblé hasta romperla por completo. Fue más fácil de lo que esperaba, el segundo golpe la había roto más, solo bastó un pequeño tirón. Cuando la tuve en mis manos me tiré de pecho al suelo. Podía sentir la presencia del Lobo al rededor.
Una vez pecho tierra la criatura lanzó un bramido al no encontrarme. Sabía que los toros no podían ver el rojo, que esa creencia popular era falsa, lo que no sabía es si los lobos padecían del mismo mal óptico.
Avancé pecho tierra pasando por debajo de la mujer empalada y el charco de sangre. Escuché un crujido afuera e intenté no alarmarme. Seguí avanzando hasta donde estaba el chico Flash, quién seguía tirando de su brazo.
—Lo haremos rápido — Dije y este asintió con la cabeza. Para entonces el miedo ya empezaba a consumirlo
—Es un lobo cierto...— Dijo nervioso — Hubiera preferido que fuese un Toro — Comentó mientras yo colocaba la palanca de velocidades para hacer fuerza y separar los asientos — los lobos saben cazar, distinguen la sangre en su nariz. —Pues todo mí peso en la palanca y por milagro los asientos cedieron. El chico Flash sacó el brazo de un tirón —Gracias
Cuando ambos estuvimos libres para movernos otro gruñido del Lobo se escuchó por la avenida, helando el viento. Ambos sobrevivientes nos tiramos al suelo.
—No podemos salir ni permanecer aquí —Repuse tratando de poner a tanto a mí único compañero.
—Esa cosa venía siguiendo a la chica ¿no? —Atino a decir el chico Flash. — Viste de Rojo también.
—¿Los lobos ven el rojo? — Me aventuré a preguntar —¿Los atrae?
—Ni idea.
Ambos nos quedamos callados, no teníamos ningún indicio de por dónde empezar a planear un plan de escape. Entonces surgió otra duda en mí.
—Oye, estamos sobre la avenida ¿Debe de pasar algún conductor en cualquier momento no?
—No sé si lo hayas notado, pero llevamos más de quince minutos aquí estancados y ningún auto se ha escuchado pasar o acercarse.
—Pero en teoría debería de pasar alguno ¿no?
—Supongo que en situaciones normales sí. ¿Eso es sangre? — Chico Flash señaló mí antebrazo izquierdo, ahí donde la sangre de la mujer había manchado mí chamarra rojo brillante a un rojo sangre.
—Si. Y la de mí brazo también por si pensabas preguntar.
El chico no dijo nada solo se me quedó mirando por un largo tiempo hasta que otro crujir nos sobresaltó.
Como si está hubiera sido la señal que buscaba, este se puso de pie, se quitó la gorra de encima y empezó a andar por el camión. Yo solo me le quede viendo en espera de lo peor. Chico Flash caminó desde nuestro punto, dos filas antes de la última, hasta la consola del conductor sin que el Lobo hiciera ningún ruido, luego regresó a dónde estaba yo.
—Debe ser el color rojo — Argumentó — Tu turno.
Por un segundo me pareció que se había vuelto loco, pero aun así accedí a quitarme la sudadera y caminar. Si mi vida depende de perder mí chamarra favorita, seguro no tendría problema alguno con aquella pérdida.
Al ponerme de pie observé por las ventanas rotas si se encontraba aquella criatura mirando... no la hallé. Llegué hasta la consola con la vaga esperanza de que aquella teoría loca funcionaba, pero mí falsa esperanza desapareció cuando la criatura cayó al capo del camión y sus ojos se posaron en mí momentos antes de que con una zarpada terminara de romper el parabrisas.
El estruendo de los vidrios al romperse me congeló. Estaba seguro que moriría ahí. El Lobo me miró y movió aquella cola peluda que parecía aguijón de derecha izquierda como mí perro cuando le doy un premio por realizar un truco, pero a diferencia de Junior, el movimiento de la cola fue más lento y elegante como la de los gatos. Su hocico se abrió mostrándome una sonrisa repleta de colmillos y dientes afilados llenos de carne y sangre. Estaba muerto sin duda.
El Lobo dio un paso pequeño hacia mí como si disfrutará de cada momento de pánico en mi ser, puso su pata sobre la consola y se preparó para atacar. Me estremecí al ver como su gran hocico se abría de par en par mostrándome todo el esplendor espeluznante de sus fauces.
—¡No! — Escuché gritar al chico cuando el Lobo se precipitó para engullirme. Yo solo pude levantar los brazos y hacerme pequeño cuando una ráfaga de aire cruzó por mí costado derecho.
Esperando mí muerte escuché un ruido raro frente a mí, como un gruñido sordo y atorado, apenas un quejar pequeño. Abrí los ojos y observé la hilera de dientes afilados frente a mí, a unos centímetros de devorarme, pero con la palanca de cambios incrustada en la parte superior e inferior de las fases del Lobo impidiéndole cerrar la mordida
—¡Rápido! ¡Las llaves! —Me gritó el chico Flash quién ya se encontraba tratando de abrir la puerta de emergencias, en la parte trasera del camión.
Aún atemorizado por la presencia del Lobo que se encontraba luchando por deshacerse de la palanca de cambios, tomé las llaves y corrí hacia la puerta de emergencias, le entregué las llaves al chico, esperando con desesperación a que abriera la puerta. Escuchaba el latido de mí corazón retumbar como un tambor en mis adentros ante la criatura que se encontraba peleando desde el capo del auto.
En un impulso por no perder mí chamarra la tomé del suelo junto con la gorra de Flash, un segundo antes de escuchar un crujido. El de la palanca de cambios ser destrozada en el hocico del animal.
—¡Abre ahora esa puerta! — Grité al ver al animal libre, capaz de morder nuevamente a diestra y siniestra decidido a destazarnos.
La criatura entro al camión con lentitud, la luz de este me permitió ver su pelaje plateado en todo su esplendor, manchado de sangre por toda la mandíbula y patas delanteras. El Lobo se detuvo sin apartar la vista de mí para olfatear a la mujer empalada y sin piedad la mordió desde las piernas hacía la mitad del tórax desgarrando el cuerpo. Los órganos de la última pasajera cayeron al suelo en un golpe sordo cuando el animal engulló lo que tenía en el hocico. Luego fue por estos y la última parte de la mujer que le faltaba por devorar. Cuando terminó escupió el anillo de la mujer como si algo le hiciera devolver el estómago.  El aro de plata fue a parar hasta mis pies y aprovechando la distracción del Lobo por el mal sabor de este, lo tomé. No por qué creyera que me sería útil, o por qué lo quisiera de verdad. Lo tomé por mero impuso un segundo antes de que el Lobo nos mirase nuevamente decidido a ir por nosotros.
—¿Ya abrió? — Pregunté
—Esta atorada — Sentenció y yo me volví hacia el para ayudarle, entre ambos empujamos la chapa para que la puerta cediera mientras el Lobo caminaba con torpeza entre los asientos angostos. — ¡Rápido! —El Lobo ya iba a la mitad del camión —¡Joder ábrete! —La criatura se lanzó con un salto sobre nosotros cuando la puerta cedió de golpe haciéndonos caer al suelo de la avenida, dejando al lobo atorado en la puerta. Apenas su cabeza pudo salir por la puerta de emergencias.
—¡Rápido, vámonos! — Me apresuré a ordenar cuando nos pusimos de pie y le tendí la gorra al chico. El Lobo empezaba a retroceder para embestir nuevamente la puerta de emergencias.
Echamos a correr hacia el puente a unos ochenta metros del camión. El Lobo logró salir e inició a correr sobre la avenida hacia nosotros. La avenida parecía desierta de gente más no de autos, estacionados como si de pronto todos hubieran decidido dejarlos ahí abandonados. La bruma de la noche había descendido desde el momento en que habíamos sido atacados por el costado derecho del camión, ahora parecía estar más densa.
Corrimos entre los automóviles con el animal detrás chocando con algunos de estos. El chico Flash no paraba de abrir las puertas de los carros para ganar tiempo con la torpeza del Lobo gigante al pasar.
—¡Corre, deja de abrir las puertas, eso te retrasará! —Le grité, pero él siguió haciéndolo hasta que tropezó y cayó de espaldas.
Me detuve por un segundo esperanzado de que en cualquier momento se pusiera de pie, pero esto no pasó, el Lobo seguía avanzando y sabía que no podía regresar a ayudarlo.
A unos diez metros el Lobo detuvo su andar y empezó a olfatear por el asfalto, Yo me había detenido a unos cinco metros de donde el chico Flash había caído. Debatiendo internamente en largarme o ir a su ayuda. Miré hacia donde había visto caer a mí amigo, si ahora podía llamarlo así, después de todo, él me había ayudado a no morir en las patas y colmillos de esa criatura, está ya había avanzado unos dos metros más hacia la ubicación del chico. Entonces lo vi, oculto debajo de un automóvil y arrastrándose hacia la siguiente hilera de autos a su costado. El Lobo caminó un metro más y su nariz parecía llevarlo directamente hasta su víctima. Si no hacía nada, aquella cosa llegaría hasta el chico Flash en cuestión de segundos. Entonces me acordé de las palabras del muchacho.
"Bandera roja"
No sabía si los lobos se sentían atraídos por el color rojo en realidad, pero si sabía que la sangre si les era irresistible y yo estaba manchado de sangre...
—¡Lobo tonto! — Grité cuando esté se encontraba a dos autos de mí amigo — ¿Te gusta la sangre?— Pregunté lo suficientemente alto para captar su atención —¡Pues ven por mí! — Ordené mientras hundía mi pulgar en la herida de mí brazo.
La sangre empezó a brotar de esta tan rápidamente que el Lobo no pudo evitar gruñir y salir disparado hacia mí. Por supuesto, con las bolas en la garganta eché a correr por mí vida. Corrí hacia el puente con la criatura detrás. por un segundo pensé en ¿qué otra alternativa tendría? Después de todo meterme por entre las calles solo me haría entrar en un laberinto y por lo visto no había rastro de personas en todas las casas aledañas, como si la bruma o la noche las hubiera desvanecido.
Escuché otro gruñido tras de mí y esto me sacó de mis pensamientos, debía seguir corriendo. Por fortuna, aunque no practicaba ningún deporte, correr se me daba bien.
A unos diez metros frente a mí se encontraba el puente, entonces comencé a correr con más fuerza. La única salvación que tenía era lanzarme al río con toda la esperanza de que el Lobo abandonara todo instinto de cacería y se olvidara de mí.
Cuando estuve a punto de emprender la subida del puente, olvidé que este se empina con rapidez mediante la subida, lo que me hizo tropezar y caer al asfalto. El Lobo se detuvo a dos metros de mí. Apenas pude girar mí cuerpo para mirar sus ojos rojos nuevamente. El Lobo camino con la misma delicadeza con la que lo había hecho en el camión. Me mostró sus dientes y atacó.
Como pude logre girar por el suelo evitando la mordida a unos centímetros de mí. El Lobo se alzó y nuevamente lanzó la mordida, pero esta vez no me salvé por completo. Sentí un rasguño en la espalda. Por tercera vez el Lobo se alzó para devorarme de cuerpo completo, cuando una bocina de auto sonó insistentemente, logrando que el Lobo se detuviera.
Una camioneta se precipitaba a toda velocidad sobre nosotros. Apenas pude dar otro giro para evitar ser atropellado por esta, quién terminó por golpear al Lobo llevándolo puente arriba en dirección a la barricada del costado derecho. El Lobo puso opresión al empuje del auto, pero este volvió a gruñir con el acelerador dándolo todo. La criatura cedió unos metros y volvió a oponerse. Me puse de pie y observé la escena. Una bestia enorme y peluda luchando con otra bestia de metal. El asfalto se quebró bajo las garras del Lobo que seguía siendo arrastrado por la camioneta. No sé si lo lograría, aunque deseaba que así fuera.
—¿Me echas una mano? —  Escuché decir al chico Flash desde el asiento del copiloto de la camioneta.  Yo solo pude asentir.
Rápido corrí hacia los autos e intenté abrir algunos, para mí suerte solo tuve que intentar con dos autos  hasta que el tercero cedió. Un Escord blanco.
Entre al auto, las llaves permanecían en su lugar, gire de estas y el automóvil se encendió, incluso la radio. Entonces salí de la fila de autos varados y fui a apoyar al chico Flash empujando de este por la defensa trasera. Sentí como lentamente nos movíamos hacia enfrente, apreté el acelerador con tanta fuerza que cuando la bestia cedió y cayó al río, la camioneta se fue con este.
Ambas bestias cayeron al río y yo detuve la marcha. El chico Flash se encontraba en la camioneta y un sentimiento de culpa se apoderó de mí. Intenté gritar su nombre aún adentro del Escord pero ni siquiera eso le había preguntado.
—¡¿Chico Flash?!— Grité y un golpe en la ventana del conductor me hizo saltar del susto. Ahí estaba con la palma de la mano en toda la ventana. sucio y con la gorra rota.
Salí del auto y lo abracé sin pensar en si debía o no.
—Eso ha estado cerca ¿no? — Comentó cuando nos separamos. Yo solo guardé una sonrisa torcida.
En el río, el Lobo aún se mantenía peleando con la corriente en contra y la camioneta estorbándole los intentos de salir a flote. Ambos chicos nos acercamos a la orilla del puente a mirar la escena.
—¿Crees que salga? — Pregunté a mi acompañante cuando el agua del río se removió con violencia de manera poco natural, las oleadas del río se alzaron dejando salir de la superficie unos tentáculos de unos quince metros de altura que se entretejieron entre sí para sumergir al gigante Lobo y la camioneta hacia el fondo del río. — Creo que eso quiere decir que no ¿verdad? —Me giré a preguntarle al chico Flash, pero este había desaparecido.
A mí lado, en el suelo se encontraba su gorra nada más.

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