HISTORIAS

Sobre mi

 

 





Hola, soy Fernando Ramírez (Ferez). Soy licenciado en la carrera de Ciencias de la Comunicación, aficionado a la fotografía, he sido locutor de radio por internet y guionista para varios proyectos. Desde hace más de una década escribo novelas y relatos. Te invito a leer algunos de ellos aquí en el blog. ¡Espero te agraden! 

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¿Y las demás historias?

No entres en pánico. Tus historias favoritas están siendo corregidas y actualizadas. Pero no te preocupes, estoy tratando de ser lo mas rápido posible para que puedas disfrutar de ellas en breve.

Es por esa razón que he estado subiendo nuevas historias, quitando otras para corregir, subiendo relatos e innovando portadas de las historias.

Te invito a leer lo nuevo que se esta subiendo y compartir o comentar las entradas.

EXILIO || CAPITULO 1






Capítulo 1

 

—El perro ya está viejo —es lo único que dice mi madre mientras nos ve a Rico y a mí en el patio trasero disfrutando de un baño al aire libre, por supuesto mi amigo fiel es el único que se divierte dando saltos y moviendo su cuerpo como centrífuga para empaparme de agua y jabón.

—Vamos mamá, no está tan viejo

—El perro ya no ve ¿Qué no lo ves? ¿O acaso tú también estás ciego?

Es verdad, Rico tiene cataratas más grandes que la abuela, y eso ya es decir mucho. El simple hecho de pensar en él como un anciano perro me entristece, aún recuerdo el primer día que llegó a casa.

—Deberías de ir pensando qué harás cuando muera.

—Mamá, por favor. Rico no morirá pronto, es un guerrero ¿Recuerdas? —Claro que lo recuerda. Este can y yo hemos pasado por mucho. Una vez me salvó de otro perro que intento morderme, pero eso le costó un mes de recuperación. Incluso en otra ocasión lo secuestraron y lo usaron para pelear con otros perros. De alguna manera logró escapar de su encierro y regresó a casa con graves heridas. Este perro posee un corazón de hierro y una nobleza sin igual, eso sin contar su lealtad extraordinaria.

—Hugo, sé realista. Rico tiene más de doce años. El promedio de vida de un perro es...

—De diez a trece años —Interrumpo — Lo sé.

Mi madre me mira con desaprobación un momento, desde el marco de la puerta que va a la cocina. Lleva puestos los guantes de lavar trastes y un delantal rojo con diminutos cuadros que me recuerdan a un picnic por la tarde en alguna colina. Sus ojos son negros como la noche al igual que su cabello corto y ondulado. Yo no puedo sentirme más nervioso. Mi madre odia que la interrumpa y sé que mi atrevimiento lo pagaré caro durante la cena. Cuando llegue papá.

—Bien, pues si lo sabes, es momento que pienses que harás. ―Dicho esto me deja solo en el patio con un aire de desdén mientras que al fondo escucho como llaman al teléfono.

Rico y yo volvemos a concentrarnos en su baño, el sol brilla con intensidad, lo cual hace que su pelaje tome un tono aún más dorado de lo normal, como si trajera una armadura que le protege de todo mal. El me mira sin verme, su lengua le cuelga por el hocico y mueve la cola en reflejo de su alegría. Este es mi perro, mi mejor amigo de la infancia, mi escudero, mi Sancho Panza, mi Watson, simplemente mi amigo fiel. ¿Cómo podría pensar yo en su muerte?

—Vamos Rico, quédate quieto en lo que te lavo el lomo —Le pido y hago lo dicho. Rico se retuerce dentro de la tina buscando su patito de hule. Cuando lo encuentra lo muerde para escuchar su fastidioso sonido una vez más.

Mi perro es feliz y eso es lo único que importa. ¡Mi perro es inmortal!

Cuando termino de bañar a Rico, entro a la casa, anhelando que mi madre no me esté esperando en la sala para hablar sobre mí falta. Lo que menos necesito en este momento es escuchar un sermón sobre lo moralmente correcto en cuestiones de comunicación con mis progenitores.

Por fortuna no está en la sala, primer obstáculo superado, ahora toca mi recámara y el baño. Necesito tomar una ducha, así que subo de par en par las escaleras, al llegar a la mitad me arrepiento. He hecho un infernal escándalo al subir, he dado mi ubicación al enemigo, lo único que me queda es huir a otro lugar lo más pronto posible.

Mi cuarto, mi fortaleza ha sido invadida. Mi madre está ahí, esperándome a la orilla de la cama, su rostro no está enojado, parece perpleja. ¡Alerta! ¡Alerta! Anuncia mi mente.

— ¿Mamá? — Pregunto con temor, apenas y me sale la voz del susto ― ¿Estás bien?

— Claro que estoy bien, es solo que... —Se le quiebra la voz y veo como traga saliva, noto su rostro entristecido por un segundo antes de que este cambie a uno más calmado —estoy bien, báñate. ― me ordena ― Anda, estaré abajo preparando la cena, así que no te demores.

De la nada, parece que se le ha pasado cualquier cosa que la hubiera puesto así, al borde del llanto. Como sea, me alegro. Se le ha pasado mi osado comportamiento y eso es lo único que me importa ahora.

—Apestas a perro. —Dice una vez que llega a la planta baja.

Es realmente asombroso cómo las madres son multifacéticas. Supongo que es un don único de las mujeres. A veces me gustaría poder pasar de un sentimiento a otro como ellas lo logran hacer sin el menor esfuerzo. Mi teoría es que todas toman un curso intensivo de teatro.

Cierro la puerta de un punta pie y no dudo en empezar a desnudarme, tomo mi Mp3 del buro y lo conecto a la bocina del baño. Pongo algo de música mientras termino de quitarme toda la ropa y espero a que el agua caliente salga. Me miro un momento al espejo y en un acto de pequeña vanidad observo los escasos músculos que tengo. Mi cuerpo es delgado casi podría decirse que desnutrido, aunque realmente es todo lo contrario, es pura genética supongo, mi piel es blanca como la de mi madre y mis ojos son marrones oscuros, nada que ver como los casi color miel de mi padre o los oscuros como la noche de mi madre. Mi cabello esta algo revuelto y no tarda en llegar al punto en que tenga que ir a la peluquería obligatoriamente. Me miro un momento los brazos, durante este tiempo sin escuela he intentado ganar algo de musculatura, pero parece casi imposible lograrlo. Curioso observo mi espalda y encuentro mi marca de nacimiento, dos puntos paralelos; heredados por mi padre. Y por un segundo pienso en este, en su barba de candado, en su espalda ancha y en su altura. Cualquiera diría que yo no soy un Aldama como él y mis tíos, supongo que soy más un Martin por parte de mi madre, aunque eso sí, ella no se cansa de decirme que soy igual de terco que mi padre.

Al entrar a la ducha cierro los ojos mientras el agua corre por todo mi cuerpo. En ese momento me permito relajarme por completo.

Cuando termino de ducharme, bajo para cenar con mi madre. Ya es hora de que mi padre llegue de trabajar. Espero que mi madre no le comente nada sobre lo de hace rato. Papá es amoroso pero muy estricto con respecto a cómo debemos los hijos hablarles a sus padres, Seguramente me pondrá algún castigo. Dios me bendiga. Sé que detrás de todas esas reglas que insiste en imponerme lo hace por mi bien, después de todo, si no fuera porque él me lo pidió en la mañana antes de irse a la oficina Rico no estuviera luciendo un estupendo pelaje brilloso ahora mismo.

La cena está preparada, pero noto algo diferente en el ambiente del comedor. No es el olor de los macarrones con queso, ni del estofado de cerdo, tampoco es el olor del café.

Es un olor diferente, un olor a soledad.

Mi madre solo ha puesto dos platos en la mesa.

Entonces lo entiendo.

Mi perro es inmortal, mi padre no.

 

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